¡Te pillé!

Al final lo he pillado, o me ha pillado él a mí, según queramos verlo. Como sea, parece que no ha sido grave, así que por esa parte, bien. Y además, he tenido la suerte de tener quien me cuide, que aunque, al borde del colapso, lo ha dado todo para sacar las cosas adelante lo mejor que se ha podido. Gracias :*

Es posible que ahora me toque a mí estar en el otro lado y ejercer de cuidador; espero estar a la altura llegado el caso, que ojalá no. Estaremos a la expectativa, a ver lo que viene ahora, que llevamos una racha que no termina una y empieza otra.

En todo caso, alguien me ha dicho hoy que ya estamos saliendo, así que voy a intentar centrarme en esa idea para mantenerme, qué ironía, positivo, que aunque parezca una tontería, es importante y siempre viene bien.

Encuentros

La otra tarde, mientras paseaba por el barrio, una señora que iba caminando rápido a modo de ejercicio físico, empezó a hablarme a propósito de una excusa peregrina. Digamos que fue algo como: “- ¡Eh! ¡Me encanta tu camiseta!” A lo que respondí con un escueto “Gracias”.

Hasta aquí, podríamos considerar que, el que un desconocido alabe por la calle tu forma de vestir, es algo normal. Yo nunca lo he hecho, pero tampoco soy nadie para dar la medida de la normalidad. El tema es que, sin dejar de caminar ni aminorar el paso, acompañó ese comentario inicial con un “¿Dónde la has comprado?” y posteriormente con un “¡Lo sabía!” al oír mi respuesta. No necesitó más para, acto seguido, empezar a contarme su vida.

Así, mientras se alejaba, giraba la cabeza voceando; que si su hermano tenía una camiseta parecida; daba unos pasos, se giraba de nuevo y que si en su casa lo llaman “el camisetas”; unos pasos más y que si la camiseta de su hermano era… Cada vez más lejos. Cada vez gritando más. Todo para terminar al final, ya en la distancia, volviendo al inicio: “¡Muy bonita la camiseta!”. Y yo, otra vez gracias.

El caso es que este encuentro me hizo recordar otras situaciones similares, como la vez que esa señora que, no sé el motivo pero parecía muy nerviosa, me preguntó si estábamos en el distrito tal de la ciudad. Sí, Bien. Y si el edificio que había justo delante era la junta de distrito. Sí, Bien. Y que si sabía cuántos distritos había en la ciudad. No ¿¡Qué!? Y que si… Señora suélteme el brazo.

Volviendo a la otra tarde, todavía no sé si esta mujer sólo quería ser maja o si es que va entablando conversaciones a lo loco con todo el que se cruza en su camino, pero me hizo pensar justo en eso. ¿Soy yo que desconfío de las personas simpáticas y sociables que me abordan por la calle? ¿Dónde termina la simpatía y empieza la intensidad incómoda que me hace ponerme a la defensiva? A veces es difícil de decir, al menos para mí.

El poeta

Tú, que escribes esas frases intensas y profundas que te brotan del pecho, que expones ante el mundo tu sentir, que nos conmueves y fascinas con esa odisea, historia de lo que fuiste, lo que eres y lo que serás.

Tú, que eres un orfebre del lenguaje, que engarzando palabras engalanas nuestros días con tus joyas dialécticas, expresión de las eventualidades de tu alma.

Oh! Tú! Prodigioso rapsoda! Haznos vibrar con tu épica, volar con tu lírica y morir en tu drama! Recítanos unos versos! Emociona nuestros corazones con la elegía de tu vida!

El cajón de los secretos

Hay en esta casa un cajón donde se guardan los secretos. No es un cajón especial, el tercero empezando desde arriba, sin llave ni cerradura, ni un doble fondo para ocultarlos. Están ahí sin más, guardados, que no escondidos, a la vista de quien lo abra.

Para evitar líos posteriores, antes de meterlos al cajón, los secretos son debidamente empaquetados. A veces grandes, a veces pequeños, da igual, frescos y jugosos todos van a ese cajón.

Por suerte, con el tiempo, todos esos secretos del cajón van saliendo a la luz. Para revelarlos solo has de preguntar: ¿Cuál es el secreto?

Y entonces, susurrándote al oído, juntos frente al cajón, yo te indico: Es ese de ahí.

Gente corriente

Vivir como vive él, en un estado continuado de ansiedad, no puede ser sano. Y aunque no tiene motivos para hacerlo, así es como vive. Va corriendo a todas partes para, al final, llegar tarde y decirse – «Debo correr más rápido».

A veces, y esto es muy curioso, puedes observar como si escuchara sus propios pensamientos rompiendo la barrera del sonido, mientras, en sus ojos, hay un baile enloquecido y sin final al ritmo de una boca que se come a si misma desde que se le acabaron las uñas.

Capital Breakfast

– Buenos días ¿Qué tiene para desayunar?
– Pues tengo una barrita…
– ¿Una barrita?
– Sí, barrita – dice mientras muestra un trozo de pan.
– Ah! tiene tostadas!
– Sí, sí!
– Pues media de tomate y un café con leche, por favor.
– ¿Media qué?
– Media tostada de tomate.
– ¿Y la otra media?
– Emmmh…

 

Esperar

Esperas el autobús.

Esperas a que hierva el agua.

Esperas tu turno en la cola del supermercado.

Esperas a que el semaforo se ponga en verde.

Esperas nueve meses la llegada de un bebé.

Esperas el siguiente capítulo de tu serie favorita.

Esperas en el médico, en una sala de espera para rematar.

Esperas a que se actualice Windows. ¡Espera! ¡No apagues el equipo!

Esperar es aburrido y frustrante en ocasiones, sobre todo cuando esperas algo que sabes que vendrá pero no sabes cuando. Y así estoy yo ahora y desde hace algunos meses; esperando que se materialice el fruto de mi esfuerzo, o de mi suerte dicen algunos.

Cada día, una nueva esperanza y cada día, una nueva decepción.

Mañana. Mañana es el día, verás como sí.